¿Las dificultades tempranas en la vida impiden que los niños se conviertan en adultos exitosos? Es una pregunta urgente tanto para los padres como para los educadores, a quienes preocupa que los niños que crecen en circunstancias difíciles no logren alcanzar su máximo potencial, o peor aún, se hundan en la desesperación y la disfuncionalidad.

Los científicos sociales han demostrado que estos riesgos son reales, pero también han encontrado un patrón sorprendente entre aquellos cuyas vidas tempranas incluyeron tiempos difíciles: muchos obtienen fortaleza de las dificultades y ven su lucha contra estas como una de las claves de su éxito posterior.

En las últimas décadas, una amplia serie de estudios han revelado cómo esas personas superan las adversidades de la vida y cómo todos podemos cultivar también esa capacidad de recuperación.

En 1962, el psicólogo Victor Goertzel y su esposa, Mildred, publicaron un libro titulado “Cunas de la eminencia: un estudio provocativo sobre la infancia de más de 400 hombres y mujeres famosos del siglo XX”. Seleccionaron individuos que tenían por lo menos dos biografías escritas sobre ellos y que habían hecho una contribución positiva a la sociedad. Sus sujeros fueron desde Louis Armstrong, Frida Kahlo y Marie Curie hasta Eleanor Roosevelt, Henry Ford y John D. Rockefeller.

Los Goertzels descubrieron que menos de 15% de sus hombres y mujeres famosos se habían criado en hogares sin problemas que les brindaron apoyo, y el otro 10% en un entorno mixto. De los 400, 75%, unas 300 personas, crecieron en una familia agobiada por un problema grave: pobreza, abuso, padres ausentes, alcoholismo, enfermedades graves o alguna otra desgracia. “El ‘hombre normal’”, escribió Goertzels, “no es un candidato probable para el Salón de la Fama”.

Si los Goertzels repitieran su estudio ahora, encontrarían muchos más ejemplos de mujeres y hombres que alcanzaron grandes alturas después de una infancia difícil: Oprah Winfrey, Howard Schultz, LeBron James y Sonia Sotomayor, por nombrar solo algunos. Hoy, a menudo usamos el término “capacidad de recuperación” para describir a tales personas.

Pero las personas con capacidad de recuperación están en todas partes, no solo en las filas de las celebridades. Son mujeres y hombres comunes, de todos los ámbitos de la vida, que cumplen con la definición de resiliencia establecida por la Asociación Americana de Psicología: “sortear la adversidad, el trauma, la tragedia, las amenazas o fuentes importantes de estrés para salir adelante”.

A lo largo de casi dos décadas como psicólogo clínico y educador, he trabajado con muchas personas competentes que crecieron en circunstancias difíciles. Una cosa que aprendí de ellos es que la manera en que tendemos a hablar sobre la capacidad de recuperación es demasiado simplista.

En la conversación cotidiana, decimos que las personas que son resistentes se “recuperan” o “reaccionan de manera positiva”. El diccionario define dicha característica como elasticidad, es decir, la capacidad de recuperación rápida y fácil, para volver a la forma original, como una banda elástica estirada y suelta.

Estas imágenes están bien para describir la recuperación de problemas a corto plazo, como la gripe o una decepción profesional, pero no captan cómo realmente funciona y se percibe dicha recuperación. Las adversidades más comunes de la infancia no son eventos únicos sino fuentes crónicas de estrés: intimidación, negligencia, abuso físico o sexual, la muerte de un padre o hermano, adicciones o enfermedades mentales en el hogar, violencia doméstica.

Dichos problemas son amenazas recurrentes para la seguridad y el bienestar de un niño o adolescente. Los jóvenes con esa capacidad no solo se recuperan de estos. Lo que hacen es mucho más complicado y valiente. Para ellos, la resiliencia es una batalla continua, una forma de enfrentar la vida, no una reacción de restauración.

La fisiología juega un papel importante. Ante el peligro, nuestros cuerpos responden con lucha o huida. El cerebro desencadena la liberación de hormonas del estrés como la adrenalina y el cortisol. Nuestro ritmo cardíaco aumenta, nos volvemos más alertas y concentrados, y la sangre fluye a nuestros músculos para obtener energía extra. Cuando pensamos en lucha como una cuestión de pelear o huir, podemos imaginar dañar físicamente a alguien. Pero en el mundo moderno, la lucha puede tomar muchas formas.

En 1962, el descubrimiento de Goertzels de que tantas personas prominentes hubieran crecido en circunstancias difíciles puede haber parecido contradictorio pero, dado lo que ahora sabemos sobre el estrés y el enfrentamiento, no es tan sorprendente. Hacer frente al estrés es muy parecido al ejercicio: nos volvemos más fuertes con la práctica.

El psicólogo de la Universidad de Nebraska Richard Dienstbier explica cómo esto funciona esto con su “modelo de dureza”, publicado por primera vez en 1989 en la revista Psychological Review.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

                                                                                    

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Fecha de publicación: 07/12/2017