El artista atormentado que interpreta Daniel Day-Lewis en ‘Phantom Thread’ (‘El hilo fantasma’) diseña vestidos para mujeres acaudaladas. En el proceso, hace del vestir, en lugar del desvestirse, un ritual que raya en lo erótico.

Reynolds Woodcock es el diseñador de alta costura más destacado de los años cincuenta en Londres, y la película hipnóticamente bella de Paul Thomas Anderson se deleita con el funcionamiento de House of Woodcock, el reino legendario donde Reynolds ejerce  su influencia en un dedicado personal de artesanos y costureras. Lesley Manville, como su hermana Cyril, supervisa el negocio y a su hermano con una pasión artística que consume.

Sin embargo, la historia se centra de una manera más poderosa en el gran hombre en casa, donde su vida rígidamente estructurada está bajo la terrible amenaza de ser transformada por el amor.

La última vez que Anderson trabajó en el apogeo de sus alcances fue hace una década, cuando hizo ‘There Will Be Blood’ ('Petróleo de sangre'), protagonizada por Day-Lewis como un magnate petrolero monstruosamente frío. El actor afirma que esta será su última aparición en el cine, no nos hagas eso Daniel.

Este es un nuevo pináculo, no gélido pero sí acogedor, y un nuevo punto de partida, un romance que parece diferente a cualquier cosa que el cineasta haya hecho antes.

La cadencia es pausada, el drama intenso, el estilo íntimo y el ingenio perverso muy al estilo Hitchcock. Su aspecto es maravillosamente exuberante, con sombras tipo Douglas Sirk. No hay crédito cinematográfico, lo que sugiere que el mismo Anderson filmó la película, con asistencia técnica de Michael Bauman, quien aparece en los créditos como asistente de iluminación.

Todo está bien en el hermético mundo de Reynolds cuando inicia la película, o casi todo; la tensión durante el desayuno con una hermosa mujer en su vida amenaza con intensificarse hasta que él dice, con una calma carente de sentimientos, “No puedo comenzar el día con una confrontación”.

Eso es, ella ya está fuera de su vida, Reynolds está listo para ver a su primera clienta del día y una orquesta se instila con los acordes de “My Foolish Heart” (la musicalización de Jonny Greenwood es ecléctica y exquisita).

Pero, ¿en qué parte de su empequeñecido corazón podría la locura alguna vez encontrar un punto de apoyo? Un desayuno posterior, en el restaurante de un hotel cerca de su casa de campo, narra esa parte de la trama e ilumina la técnica de Anderson.

 En su forma más sencilla, la escena del desayuno número dos es cuando Reynolds se queda prendado de una encantadora mesera (su nombre es Alma, interpretada por Vicky Krieps, y decir encantadora no es suficiente para describir la rica complejidad de su actuación).

Otro cineasta podría haber desarrollado la escena con más bríos, como un coqueteo que conduce inexorablemente a un destino de mayor sensualidad. En manos de Anderson es un encuentro recargado de miradas furtivas, mentes y motivos, el alba de una historia de amor obsesivo con más capas que un pastelillo milhojas. Y, como usted sabe, también se trata de ordenar el desayuno, una exquisitez galesa con un huevo escalfado encima, no demasiado líquido, más una serie de platillos que Reynolds ordena con divertida gravedad y que Alma reconoce como una letanía seductora.

Más tarde, después que se ha convertido en su modelo y musa, ella nos deleitan con escenas sobre espárragos y hongos que tratan, entre otras muchas cosas, de espárragos y hongos.

Pero esta no es una película para gourmets, como tampoco es un documental sobre alta costura, aunque evoca con detalle fascinante a diseñadores de la época como Balenciaga y Hardy Amies. Los elegantes atuendos en la película fueron diseñados por Mark Bridges.

Cada escena entre Reynolds y Alma es un estudio sobre cómo se seducirán, se molestarán y se deleitarán mutuamente, harán la guerra y la paz entre ellos, y buscarán maneras, por extrañas que sean, de mantener vivo el fuego del amor eterno.

La intensidad de estas escenas es tan extraordinaria que no dejaba de preguntarme cómo lo lograrían, no solo Day-Lewis, el actor más intenso de nuestro tiempo, sino Krieps, una actriz originaria de Luxemburgo en su primer papel importante en idioma inglés, y el propio Anderson, el hipnotista detrás de las fascinantes imágenes.

Lo que me vino a la mente fue algo que escuché hace mucho tiempo cuando estaba viendo a la campeona olímpica del heptatlón Jackie Joyner-Kersee entrenar en el Drake Stadium de UCLA. Ella estaba fuera de ritmo en la carrera de los 200 metros planos y esforzándose por correr más rápido. “No trates de correr lo más rápido posible”, le dijo su esposo y entrenador Bob Kersee. “Haz las cosas que te hacen correr más rápido”.

La intensidad que consume no proviene de un cineasta o un actor que intenta ser intenso. Es la consecuencia del enfoque visual y emocional --la concentración inquebrantable de la cámara en las expresiones faciales de Alma, y en Reynolds ordenando su platillo galés, con todo y su huevo encima, como si fuera la cosa más importante del universo.

Con el centro de la atención centrada en Alma --y Anderson-- Reynolds está negado a los sentimientos espontáneos hasta que ya no lo está; o por lo menos hasta que lo está menos; se podría decir que todo antes de Alma fue una experiencia cercana a la vida misma.

Pero, ¿qué es lo que atormenta a Reynolds? Esa es la clave del componente fantasmagórico de la trama. También es la ventana a través de la cual llegamos a percibir las dimensiones de mayor magnitud de la película, que se desarrolla a mediados del siglo XX, pero que habla elocuentemente de las preocupaciones contemporáneas sobre las mujeres vistas como objetos, en lugar de las manzanas en los ojos de los hombres.

“Te he estado buscando durante mucho tiempo”, le dice Reynolds a principios de su romance.

La verdadera cuestión es si él está encantado con lo que ve en ella o por ella.

Traducido por Michelle del Campo  

Editado por Luis Felipe Cedillo

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Fecha de publicación: 20/02/2018