Un día de marzo de 2001, Charles Andrew Williams estaba ocultó en un excusado de Santana High Scholl, mirando el revolver calibre 22 de su padre.

El joven de 15 años abrió la puerta una vez, la cerró por temor y esperó unos momentos. Luego salió disparando --fulminando casi 40 balas, matando a dos personas e hiriendo a otras 13.

Durante los siguientes 17 años, él ha discurrido posibles explicaciones: acoso incesante, verse obligado a mudarse dos veces en dos años, su pequeña estatura en ese momento. Aún no puede comprender sus acciones.

“Todo lo que sé es que estaba dolido y que quería lastimar a la gente”, dijo en una entrevista reciente en la prisión de Valley State del centro de California, donde cumple cadena perpetua con la posibilidad de salir con libertad condicional en 2025.

Williams se encuentra entre las casi tres docenas de personas que han llevado armas de fuego a una escuela y asesinado o lesionado a tres o más personas desde los años noventa, de acuerdo con un artículo del diario The Wall Street Journal.

Este año, dos presuntos tiradores: Nikolas Cruz, acusado de matar a 17 personas en Parkland, Florida; y Dimitrios Pagourtzis, acusados ​​de matar a 10 en Santa Fe, Texas, se unieron a la inefable lista.

Todos ellos tienen muchos rasgos en común. Por lo general son hombres, adolescentes, blancos de extracción rural o suburbana, asistían a la escuela a la que atacaron y obtuvieron sus armas en casa o de familiares.

Pero lo que convierte a un adolescente en un asesino sigue siendo una pregunta difícil de responder para los consejeros escolares, administradores y la policía. Explicaciones como el acoso son insuficientes, dijeron los expertos, ya que pocos niños acosados ​​recurren un arma para tomar represalias.

El diario les escribió a los nueve malhechores escolares supervivientes, todos en prisión preventiva por masacres ocurridas entre 1996 y 2016. Dos de los asesinos respondieron: Williams y Michael Carneal, quien abrió fuego contra un grupo de estudiantes que estaban orando en una escuela secundaria de Kentucky en 1997, matando a tres. Ambos enviaron cartas escritas a mano al diario.

“Me vi a mí mismo como una víctima de la intimidación, pero en retrospectiva podría haber sido una cuestión de perspectiva”, escribió Carneal, ahora de 34 años y condenado a cadena perpetua con la posibilidad salir mediante libertad condicional en 2022 en el reformatorio estatal de Kentucky.

“Nada lo justifica”, escribió sobre el tiroteo. “Y parece que nada lo explica”.

Williams, que responde al apocope de Andy, dijo que no quería mudarse a Santee, un suburbio ubicado a unos 30 kilómetros de San Diego, justo antes del comienzo de su primer año.

Había pasado la mayor parte de su vida en Brunswick, Maryland. Luego, cuando Williams cursaba el octavo grado, su padre fue enviado por seis meses a Joshua Tree National Park, y tuvieron que mudarse a la ciudad de Twentynine Palms ubidada en el desierto del sur de California.

Jeff Williams, quien había estado criando a Andy desde que éste tenía 3 años, dijo que el niño había tenido una infancia normal, llegando a ser protagonista en la obra “You're a Good Man, Charlie Brown” cuando estuvo en Twentynine Palms y donde jugó baloncesto y béisbol.

“La espiral descendente ocurrió increíblemente rápido”, dijo Randy Mize, abogado del adolescente en ese momento y ahora jefe de la oficina de procurador de justicia del condado de San Diego. “Este es uno de los pocos casos en los que no puedo decir que sé exactamente lo que sucedió”.

Andy Williams comenzó a pasar el rato en un parque de patinaje cercano, dijeron amigos y familiares, donde se hizo amigo de dos compañeros, A.J. Gilbert y Josh Stevens.

Testigos y Mize dijeron que Williams, que medía 1.63 metros y pesaba 50 kilogramos en ese momento, fue objeto de intimidaciones sin parar. Fue quemado con colillas de cigarrillos y un encendedor, rociado con líquido para encendedores y le robaron seguido su patín del diablo, dijo Williams en la entrevista y en los documentos judiciales.

“Simplemente tuve que aguantarme”, dijo Andrew Karofey, ahora de 34 años, quien también asistió a Santana High School y que era conocido de Williams en ese momento.

Los fiscales, sin embargo, dijeron que no encontraron evidencia de que Williams fuera acosado.

Casi 12 años después del ataque, y en entrevistas posteriores con el diario y otras publicaciones, Williams dijo que también había sido molestado por el novio de la madre de un amigo. Persona que ahora está cumpliendo una pena de prisión por cargos de abuso sexual infantil y no pudo ser contactado.

En la escuela, las calificaciones de Williams se deterioraron y comenzó a faltar a clases. Bebió alcohol y fumó marihuana, dijo.

“Sentí como si hubiera una burbuja cerrándose a mi alrededor”, dijo Williams desde la prisión. “Sentí que mis opciones se estaban volviendo cada vez menos”.

Con A.J. y Josh --de quienes dijo que también lo acosaban-- tramó un plan para huir a México. Pero cuando tuvo temor y desistió, se mofaron de él, dijo. Uno de esos dos amigos falleció estando en libertad condicional. El otro, que ha entrado y salido de la cárcel, no pudo ser contactado para proporcionar comentarios.

El 2 de marzo de 2001, tres días antes de la masacre, Williams dijo que un maestro lo reprendió por dejar su tarea en casa. Esto, según sus recuerdos y el informe de un psiquiatra después del tiroteo, le hizo fantasear acerca de llevar un arma a la escuela.

“Quería que una sola persona dijera que era una mala idea”, dijo. En su lugar, sus amigos lo incitaron y se burlaron de él por ‘rajarse’ como lo hizo con el viaje a México.

El 5 de marzo de 2001, un lunes, después de que su padre se fue a trabajar, Williams tomó la llave del armario de armas de su padre. Tomó un revólver cargado con ocho balas calibre 22, poniendo balas extra en su bolsillo.

Guardó la pistola en su mochila, junto con un Beanie Baby al que llamaba “Spunkie”, a quien consideraba un “amigo”, según su relato a un psiquiatra forense.

Williams dijo que quería hacer suficiente ruido como para llamar la atención de la policía, y esperaba recibir un disparo y morir. “No tenía intención de matar a alguien”, dijo.

Entre la primera y segunda clase, Williams se escondió en el baño con el arma de su padre en la mano. La primera vez que abrió la puerta, reconoció a Trevor Edwards, un joven de 17 años que le había robado su patineta, y Bryan Zuckor, de 14 años, de quien dijo que siempre lo había tratado con amabilidad.

Cerró la puerta del baño, y en esos momentos siguientes, decidió que tenía que jalar del gatillo. “Lo único que tenía en mente era que si no lo hacía, [el acoso] iba a empeorar”, dijo en la entrevista.

Les disparo a los dos jóvenes

Después, Williams salió de la sala de baño, disparando al azar mientras los demás estudiantes gritaban y corrían despavoridos para alejarse, recargando el arma cuatro veces hasta que se le acabaron todas las balas.

“Fue la primera vez en mi vida que me sentí poderoso y que tenía el control de la situación”, dijo desde la prisión.

En cuestión de minutos llegó la policía y Williams se rindió.

Williams se declaró culpable y fue sentenciado a cadena perpetua con la posibilidad de salir bajo libertad condicional después de 50 años, una sentencia que desde entonces se ha reducido.

Todos los días, dijo, trata de recordar los nombres de sus víctimas y lo que les hizo. Los que murieron: Bryan Zuckor, que quería ser un doble, y Randy Gordon, que estaba a punto de unirse a la Marina. Aquellos que vivieron pero continúan lidiando con sus heridas, como Peter Ruiz, un guardia de seguridad, quien recibió tres disparos pero que estuvo alejando a los estudiantes del tirador. Ruiz todavía tiene una bala alojada en la espalda.

Karofey, el conocido de Williams, lo vio sosteniendo la pistola en el baño. La experiencia lo condujo a una vida de drogadicción y trastorno de estrés postraumático no tratado, dijo Karofey.

“Arruinó mi vida”, dijo.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 21/06/2018