Sharon recuerda el primer día en que sucedió, en 1952. Tenía cinco años y los ojos vendados mientras sus amigos la rodeaban, riendo, tratando de no quedar atrapada en ese juego. Pero cuando se quitó la mascada, entró en pánico. La casa, la calle, incluso las montañas estaban en el lugar equivocado. Estuvo totalmente desorientada.

Ella le dijo a su madre que todo a su alrededor se veía diferente. Su madre la previno apuntándole con el dedo. “Nunca le digas a nadie sobre esto”, dijo. “Porque dirán que eres una bruja y te quemarán viva”.

Sharon, que vive en Denver, no lo sabía en ese momento, pero había perdido la capacidad para crear el mapa mental de su entorno. Su desorientación comenzó a ocurrir con más frecuencia hasta que se convirtió en una presencia constante durante todo el día. Ella casi se perdió permanentemente.

Sin embargo, no le mencionó su problema a nadie y lo ocultó durante 25 años, recurriendo a su sentido del humor e inteligencia para completar su educación, hacer amigos e incluso casarse sin que nadie supiera su gran secreto.

En casa, seguía los gritos de sus hijos para encontrar su habitación por las noches. Su gracia salvadora fue un truco que aprendió a temprana edad: dar vueltas parecía corregir temporalmente su mapa mental. “Mi impresión de Mujer Maravilla”, así lo llama.

Eventualmente descubrió que tenía una afección inusual llamada trastorno de desorientación topográfica del desarrollo (DTD, por sus siglas en inglés). Ella piensa que su madre también lo tuvo dado que la afección tiene un vínculo genético.

En el transcurso de la historia, desafortunados accidentes, cirugías, enfermedades y mutaciones genéticas han ayudado a los científicos a aprender cómo funcionan las diferentes partes del cerebro normal.

Phineas Gage, que pasó de ser jovial y amable a agresivo y grosero después de que un trozo de metal le atravesó la cabeza en 1848, mostró que nuestras personalidades están íntimamente vinculadas con las regiones frontales del cerebro.

Sabios como Alonzo Clemons, quien tristemente sufrió una lesión traumática en la cabeza cuando era pequeño, provocándoles dificultades para aprender y un bajo coeficiente intelectual, pero con una capacidad increíble para esculpir --han ayudado a mejorar nuestra comprensión de la creatividad.

De ninguna manera estamos cerca de comprender la mente en su totalidad. Nada de lo que llamamos nuestras funciones “superiores”: recuerdos, toma de decisiones, creatividad, conciencia, están cerca de tener una explicación satisfactoria.

Lo que está claro es que el cerebro inusual es una ventana única que permite conocer los misterios de la mente. Revela algunos de los extraordinarios talentos encerrados dentro de todos nosotros, esperando a ser liberados. Nos muestra que nuestra percepción del mundo no siempre es la misma. Incluso nos obliga a preguntarnos si nuestro cerebro es tan normal como éste nos hace creerlo.

Durante dos años viajé por todo el mundo para conocer gente con cerebros extraordinarios. Todos ellos han sido probados, escaneados y analizados por múltiples médicos e investigadores. A través de sus historias, descubrí la manera misteriosa en que el cerebro puede moldear nuestras vidas de maneras inesperadas --y, en algunos casos, brillantes o alarmantes. También me enseñaron algunos de los secretos de mi propia mente.

Tome por ejemplo a Sharon. Comenzamos a comprender cómo navegamos en la década de los sesenta, cuando el neurocientífico John O'Keefe, de University College London, colocó un conjunto de electrodos en el hipocampo de las ratas, para registrar los picos de electricidad que ocurren en esta región cerebral, cuando los animales exploraban su entorno. Al hacerlo, descubrió las “células de lugar”: células que solo funcionan cuando una rata se encuentra en una ubicación específica. La combinación de su actividad crea una especie de mapa eléctrico dentro del cerebro.

Pero las células de lugar no pueden hacer ese trabajo por sí solas. Investigaciones posteriores mostraron que éstas se comunican con muchas otras células, aquellas que procesan hacia dónde gira nuestra cabeza y dónde están las paredes y los límites, junto con una importante región cerebral llamada corteza retroesplenial, responsable de incorporar hitos (señales) permanentes en nuestro mapa mental.

Sin embargo, no fue sino hasta 2009 que se descubrió que este mapa podría resultar terriblemente deficiente. Giuseppe Iaria, entonces en University of British Columbia, estaba investigando por qué algunas personas son mejores navegantes que otras. En el proceso, conoció a un paciente que, como Sharon, estaba perdida de forma permanente. Llamó al trastorno DTD y más tarde publicó un artículo en la revista Neuropsychologia afirmando que el problema se debía a la falta de comunicación entre todas las regiones del cerebro involucradas en la creación de un mapa mental.

Para cualquiera que tenga un mal sentido de la orientación, el Dr. Iaria dijo que nunca es demasiado tarde para mejorar sus habilidades de navegación. “Si estás en un área nueva, debes regresar a un punto a menudo, ya que esto te ayudará a construir un mejor mapa mental”, añadió. Prestarle atención a puntos de referencia específicos y su orientación entre estos también puede ayudarle a su corteza retroesplenial a incorporarlos en su mapa mental y ayudarle a encontrar el camino de regreso a casa.

No todos los trastornos cerebrales son tan perjudiciales como la DTD. Bob, un productor de televisión de Los Ángeles, recuerda todos los días de su vida como si hubiera sucedido ayer. Su memoria perfecta es un regalo, dijo: “No tengo que llorar por la gente después de que ha fallecido ya que mi recuerdo de ellos es muy claro”.

La enfermedad fue descubierta por James McGaugh en University of California, en Irvine, en 2001, después de recibir un correo electrónico peculiar de una mujer llamada Jill. “Desde que tenía 11 años tuve la increíble habilidad de recordar mi pasado”, dijo. “Cuando veo una fecha ... vuelvo a ese día y recuerdo dónde estaba, qué estaba haciendo, en qué día cayó, etc.”

La naturaleza exacta de la memoria se debate con vehemencia, pero el consenso general es que los recuerdos se almacenan en las sinapsis --el espacio que hay entre las células cerebrales llamadas neuronas. A medida que una neurona envía señales a otra, la conexión entre ambas células se fortalece, pegando los diferentes aspectos de un recuerdo.

La Dra. McGaugh se preguntó si la memoria sin precedentes de Jill se reducía a la forma en que guardaba los recuerdos. Pero pronto descubrió que Jill no era excelente en otras tareas de la memoria, como recordar cadenas de números. En 2006, publicó un artículo en el que nombró a ese trastorno de la memoria autobiográfica altamente superior (HSAM, por sus siglas en inglés).

Una década más tarde, la Dra. McGaugh tuvo un grupo de alrededor de 50 personas con HSAM. Al escanear sus cerebros mientras realizaban tareas de memoria, descubrió que tenían un núcleo caudado y putamen agrandados, dos áreas implicadas en el trastorno obsesivo compulsivo (OCD, por sus siglas en inglés).

La Dr. McGaugh concluyó que sus extraordinarios poderes de memoria no estaban arraigados en su capacidad para formar recuerdos, sino en el ensayo inconsciente de su pasado. Fortalecen accidentalmente sus recuerdos al recordarlos y reflexionar sobre ellos habitualmente: “una forma única de OCD”, dijo.

Si bien es posible que no podamos recordar tanto como Bob o Jill, hay trucos que podemos aprender para forjar recuerdos más permanentes. Los estudios de Eleanor Maguire en University College London y sus colegas ayudaron a demostrar que el cerebro prefiere almacenar recuerdos como imágenes en una ubicación ordenada. Lo hicieron comparando la actividad cerebral de los campeones mundiales de la memoria con un grupo de control, mientras memorizaban listas de artículos.

Los resultados mostraron que la única diferencia era que los campeones usaban preferentemente partes del cerebro responsables de la navegación y la conciencia espacial durante las tareas.

Resultó que tenían mejores recuerdos simplemente porque estaban colocando los elementos que necesitaban recordar como imágenes alrededor de un “palacio mental”. Un palacio mental es un lugar que conoces bien, como tu camino al trabajo --y cualquiera puede usarlo. Simplemente coloque los elementos que desea recordar a lo largo de esta ruta y podrá recuperarlos fácilmente al regresar mentalmente en esa ruta y recordarlos.

Joel, un médico de Massachusetts General Hospital en Boston, tiene una afección única que implica beneficios y desventajas. Se llama sinestesia de espejo-táctil, y es la capacidad de sentir el tacto, el dolor y las emociones de otras personas como si le sucedieran a su propio cuerpo. Un rasguño en la cabeza, un ceño fruncido, un golpe en el brazo --si Joel lo ve, lo siente. En otras palabras, él es hiper-empático.

Todos experimentamos los mundos de los demás hasta cierto punto. Eso podemos agradecérselo a nuestras neuronas espejo --células cerebrales que actúan de la misma manera si hago un movimiento o veo a alguien más hacer el mismo movimiento. La mayoría de nosotros recibimos señales de veto de otras células que amortiguan nuestra actividad de las neuronas espejo y nos permiten distinguir entre lo que nos está sucediendo y lo que les está sucediendo a quienes nos rodean. Cuando Michael Banissy en Goldsmiths, University of London, escaneó los cerebros de 16 sinestetas espejo-táctiles, descubrió que carecen de estas señales de veto y tienen menos tejido cerebral en un área que nos ayuda a distinguirnos del otro.

Cuando Joel inyecta a una persona, siente la sensación de una aguja entrando en su propia piel; al ver un brazo amputado, siente como si su propio brazo hubiera sido arrancado. También siente las emociones de otras personas, lo que, dice él, le ayuda a conectarse con los pacientes. “Si alguien se ve nervioso, entonces mi cerebro sentirá esos movimientos como si me estuvieran pasando en la cara y diciendo: ‘Estás nervioso’. Eso me ayuda a entender lo que realmente sienten”.

Esto concuerda con el trabajo del neurocientífico Antonio Damasio de la University of Southern California, quien afirma que los sentimientos solo ocurren después de que nuestro cerebro detecta cambios físicos en nuestro cuerpo y le asigna cierto valor.

Puede probar esta teoría ahora. Levante las comisuras de su boca, aprieta las mejillas y arrugue los ojos: ahora está sonriendo. Quédese así. ¿Se sientes mejor? Varios estudios han demostrado que el simple acto físico de sonreír te hace sentir más feliz al instante.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 26/07/2018