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No hay otra manera de decirlo: ‘Roma’ es una de las mejores películas que he visto, y una de las más conmovedoras. Si Norma Desmond --el personaje de ‘Sunset Boulevard’-- hubiera podido verla, ella no se habría preocupado de que la cinematografía esté empequeñeciendo.
El poema de amor que Alfonso Cuarón le dedicó a quien fuera su niñera durante su infancia transcurrida en la Ciudad de México es sencillamente majestuoso. Así como también lo fue su película anterior, ‘Gravity’, pero el tema de este nuevo filme le dio un gran lienzo para plasmar una gran obra de arte.
Lo que se descubre a través de la mirada suave y espíritu amable de la heroína, Cleo (Yalitza Aparicio), no es más que una cápsula panorámica, ambientada a principios de la década de los años setentas, de su familia, casa, calle, barrio, ciudad y nación, evocada en imágenes y sonidos tan poderosos como cualquiera que haya colmado con imágenes la gran pantalla de plata.
Sin embargo, la película también es íntima, algo que también es bueno ya que se transmitirá en las pantallas pequeñas a través de Netflix después de una proyección limitada en cines.
Esta es una vida que se evoca con detalles reveladores: juguetes esparcidos en un dormitorio, ropa secándose en el techo, popó de perro en el piso del estacionamiento, la expresión en la cara de Cleo cuando se da cuenta de que está embarazada, el silencio de los niños cuando su madre les revela que su padre no está realmente trabajando fueras y que ya no volverá a casa.
El título se refiere a la colonia de clase media donde creció el cineasta, no a la capital italiana, ni a la película de Fellini con el mismo nombre, a pesar de las tantas referencias cinematográficas.
La narración vagamente estructurada inicia con un largo y sostenido primer plano de agua jabonosa que gira alrededor del piso de ese garaje, y llega al clímax con agua que señala la regeneración o el renacimiento --una secuencia asombrosa, rodada en las olas del océano.
Debido a que el amigo de Cuarón y su cineasta de larga data Emmanuel Lubezki no estuvo disponible, él mismo filmó la película, trabajando en pantalla ancha en blanco y negro con una cámara digital. El resultado es un esplendor visual que trasciende.
La historia va de un episodio fascinante a otro, cada uno de ellos bañado por una luz que es casi palpable. Todos ellos están centrados en Cleo, la fuente de amor de la familia, luego de que la madre de los niños, Sofía (Marina de Tavira), es abandonada por el hombre de su vida. “Estamos solos”, le dice Sofía a Cleo después de volver a casa en estado de ebriedad y casi destrozando su auto cuando lo estaciona. “No importa lo que te digan, las mujeres siempre estamos solas”.
‘Roma’ es una obra de ficción basada en la memoria y los hechos. Liboria “Libo” Rodríguez, la niñera de la vida real --el término “trabajadora doméstica” realmente no transmite el grado de devoción que éste genera--, fue criada en un pueblo de Oaxaca; es una mujer indígena mixteca que todavía vive en la casa de la familia Cuarón en la Ciudad de México.
La actriz que interpreta a su contraparte en la pantalla, Aparicio, no es una actriz en lo absoluto, sino una maestra, también mixteca y también de Oaxaca. Nunca había estado cerca de un escenario cinematográfico antes de que Cuarón la encontrara, pero su actuación, o presencia luminosa, domina cada momento que está en la pantalla.
Aunque Cleo no dice mucho, ella irradia humanidad y hace que sus sentimientos se manifiesten así sin más ni más. En uno de los muchos encuentros impactantes de la película, ella supera su vergüenza y le revela a Sofía su embarazo fuera del matrimonio y luego le pregunta, abatida, si la va a despedir.
Aquí surge una hermosa paradoja. Por la intensidad de los sentimientos es obvio que Cuarón concibió ‘Roma’ puramente; si no es que simplemente, como un homenaje a su amada Libo. Pero al explorar la vida aparentemente circunscrita de un hogar humilde --el término describe cómo ésta podría ser categorizada por otros-- él abrió su película a mundos que nunca hubiera podido imaginar, y mucho menos comprender, cuando era un niño y ella su zona de confort.
Cleo es la puerta de entrada y la guía de la película en las dramáticas divisiones de clase y de etnia; promesas vacías del gobierno; el estado precario de los pobres, y no sin relación, de las mujeres, incluso de las mujeres ricas; además de las raíces sociales y sexuales de la violencia.
El cineasta --un término frío para un artista tan magistral-- ha representado cada una de ellas con una claridad perfecta y sin el más mínimo rastro de predicación.
El novio de Cleo, Fermín (Jorge Antonio Guerrero), es un buen ejemplo. Él es una figura divertida al principio, brincando alrededor desnudo en un dormitorio mientras le muestra a ella sus ágiles movimientos de artes marciales, usando una barra de cortina como un bastón. Pero su angustiada narración de una infancia empobrecida, de vagar por la vida hasta que conoce las artes marciales, son la base de una serie de eventos siniestros.
La próxima vez que lo ve Cleo, en un terregal en medio de la nada, es un bruto en entrenamiento, parte de un grupo paramilitar, en una secuencia al estilo Fellini, que también presenta a un hombre fuerte carismático que ella había visto anteriormente en la televisión. Como un recipiente vacío que espera ser llenado, Fermín es la contraparte de cuello azul de Marcello, el nihilista de cuello blanco de ‘El Conformista’ de Bernardo Bertolucci.
La última vez que se encuentran, él ya es un matón totalmente acreditado en un pasaje extenso que impresiona por su barrido visual y temático. La acción comienza en una mueblería, donde Cleo está a punto de elegir una cuna para su bebé, cuyo nacimiento es inminente; luego se extiende a los disturbios estudiantiles en las calles, y culmina en una secuencia hospitalaria que debe convertirse en uno de los logros más notables del cine contemporáneo.
Pero entonces ‘Roma’ tiene suficientes puntos altos como para batir récords de altitud, además, breve pero inquietantemente, varios destellos de aviones de pasajeros surcando el cielo --tal vez para significar el atractivo de la modernidad, o el comienzo del fin de una era que parecía dulce para aquellos que no la entendieron del todo.
La celebración de un Año Nuevo comienza con una snob fiesta de tiro --una referencia a la cinta “The Rules of the Game” de Jean Renoir-- y termina con un temible recordatorio de la vulnerabilidad innata de la civilización. Una salida familiar al cine se convierte en un recorrido por la ciudad que parece un paseo por una ciudad real; no importa que todo sea una reconstrucción de la época. Y luego está ese clímax, demasiado impresionante como para rebajarlo con una simple descripción.
La película es una ilusión, por supuesto. Pero la sensación que provoca es que. donde quiera que vaya la cámara, siempre haabrá más cosas que ver a la derecha o la izquierda, adelante o atrás. Esa es una función no solo de la elaborada puesta en escena y la cinematografía (y la edición realizada por Cuarón y Adam Gough), sino también el diseño de producción, por Eugenio Caballero, y el diseño del sonido, supervisado por Sergio Díaz.
La película no tiene partitura, solo música incidental que se escucha en los hogares o en las calles. Tómelo como recordatorio, incluso como una exhortación, para ver ‘Roma’ en el cine mientras pueda y, si puede, en un teatro equipado con un sistema de sonido Dolby Atmos. Nunca habrá escuchado o mucho menos visto algo así de impactante.
Traducido por Michelle del Campo
Editado por Luis Felipe Cedillo
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Fecha de publicación: 27/11/2018