Expertos recomiendan no adherirse al eslogan de "Si la crianza es la guerra, entonces la mesa es el mismo campo de batalla". Foto de archivo.

Si la crianza es una guerra, el campo de batalla en nuestra casa es la mesa donde se come, y no hay manera más segura de provocar una escaramuza que servir verduras. Cuando incluso la bandera blanca de los dientes de maíz es derribada, es difícil no pensar que se ha fracasado.

Mi único consuelo es que mi familia parece estar en buena compañía. Hacer que los niños coman lo que deben comer es una de las peleas más grandes que enfrentan los padres modernos.

Lo que sorprende es lo reciente que es esa refriega. La frase “comensal delicado” apareció por primera vez en el léxico en 1970. Hasta principios del siglo XX, hay pocas evidencias de que los niños se negaran a comer lo que se les servía, a pesar de que lo que se les servía a menudo era una idea tardía de un menú para adultos.

Como lo dijo ingeniosamente el historiador de la comida Bee Wilson, durante la era victoriana, “la comida para niños se puede resumir con la palabra ‘sobras’”. Eso es algo en lo que pienso después de cocinar tres platillos diferentes para varios miembros de la familia antes de degustar en el fregadero de la cocina mi cena de cortezas de queso asadas que fueron desdeñadas.

Si los niños o los padres no estaban contentos con la vieja convención, sus quejas no aparecen en los registros históricos sino hasta finales del siglo XIX. Que es cuando empezamos a encontrar padres y expertos de la clase media preocupados por las dietas de los niños, como lo hizo el médico escocés Thomas Dutton en su libro de 1895, “The Rearing and Feeding of Children: A Practical Mother's Guide” (La crianza y alimentación de los niños: una guía práctica para las madres).

Pero sus quejas suenan como deseos de un sueño para los oídos modernos: “Los niños comerán cualquier cosa, todo lo que se les sirva”, escribió, quejándose de la falta de una dieta especial para ellos. Las familias alimentaban a los niños “en la misma mesa que sus mayores” y les daban alimentos de adultos que él consideró “no adecuados” para los pequeños estómagos.

El influyente libro de 1894 del pediatra estadounidense Luther Emmett Holt “The Care and Feeding of Children” (El cuidado y la alimentación de los niños) amplificó la creciente obsesión de esa era con los delicados sistemas digestivos de los niños.

En cuadros detallados, presentó la dieta de alimentos más blandos que se pueda imaginar: gachas de cebada, una especie de budín llamado jalea de arroz, agua de avena, pan duro y caldo (que él llamó “jugo de carne”). Las frutas y verduras crudas estaban fuera de toda discusión --el Dr. Holt pidió que se cocieran-- y la avena se debía cocinar durante tres horas o más antes de que fuera segura para los niños. “Todas los omelets son objetables”, agregó; los huevos estaban bien solo si se escalfaban o se hervían.

Para ser justos con el Dr. Holt, en los días previos al lavado y refrigeración confiables, no fue el único en sospechar que las frutas y hortalizas frescas causaban trastornos digestivos, o algo peor. Los registros de la corte británica del siglo XIX incluyen casos de muertes infantiles atribuidas a la “muerte por comer fruta”, y hasta que se descubrieron las vitaminas, las frutas y los vegetales se consideraban calorías vacías en el mejor de los casos.

Pero a medida que se popularizó el pensamiento del Dr. Holt, los “alimentos de hospital” se convirtieron en la norma, al igual que las ansiedades sobre las comidas de los niños.

En su libro de 1916 “The Mother and his Son” (La madre y su hijo), los médicos Lena y William Sadler escribieron: “Los niños estaban constantemente enojados, y gran parte del tiempo de la madre se destinaba a cuidar a estos irritables bebés  medio alimentados, el hogar era un desastre y las comidas nunca estaban listas”. La falta de apetito se conoció como “anorexia”, aunque el término no significaba el trastorno alimenticio al que se refiere hoy en día.

En una disertación de 1930 efectuada ante American Pediatric Society, su presidente Joseph Brennemann estimó que al menos la mitad de los niños se negaban a comer lo que se les servía. Él sugirió que el reciente aumento en el interés de los padres por las dietas de sus hijos era la causa: “Un milenio nutricional parecía estar cerca.

Pero entonces sucedió algo extraño. El niño se negó a comer. No conozco una paradoja más extraña que esta: Entre mejor intencionado sea un hogar, cuanto mejor sea la comida, más precisa sea la aplicación de las normas y reglamentos de alimentación, más obstinada será la negativa”. Señalando que el fenómeno se reportaba exclusivamente en las casas de los acomodados y no, por ejemplo, en orfanatos donde seguramente la comida era cuando menos detestable.

Los médicos se apresuraron a encontrar soluciones. Una de las respuestas más notables provino de la pediatra canadiense Clara Davis, quien realizó una serie de experimentos en las décadas de los veinte y treinta para ver qué sucedería si a los niños pequeños, incluidos los bebés, se les permitiera elegir sus propios alimentos.

Para su estudio, Davis pudo reunir a 15 infantes de madres adolescentes indigentes o viudas y supervisar su alimentación durante períodos de seis meses a cuatro años y medio, según los artículos que publicó en 1928 y 1939 en la revista Canadian Medical Association Journal y un reexamen de su trabajo en 2006 en la misma publicación.

A los niños se les permitió elegir entre 34 alimentos, incluyendo leche, frutas, verduras, granos enteros y carne de res, crudos y cocidos. Tomaron algunas decisiones bastante excéntricas, incluyendo puñados de sal, y a la mayoría aparentemente les gustaban los cerebros y la médula ósea. Algunas veces comían poco, y otras veces más que un adulto (notablemente, seis huevos duros después de una comida completa o cinco bananas en una sola tanda).

Los pequeños sujetos variaron ampliamente en sus menús auto-elegidos, pero la idiosincrasia se estabilizó con el tiempo, y cada niño, informó Davis, terminó comiendo una dieta equilibrada y completa.

Enfermos y escuálidos al inicio del estudio, los niños se volvieron saludables y bien nutridos, escribió, apoyando un concepto que se estaba conociendo en ese momento como la sabiduría del cuerpo. “Por cada dieta diferente a cada otra dieta, se presentaron quince patrones diferentes de sabor, y ninguna de ellas fue la dieta predominante de cereales y leche con suplementos más pequeños de fruta, huevos y carne que comúnmente se consideran adecuados para esta edad”, escribió.  “Lograron la meta, pero por medios muy diversos, ya que el Cielo puede ser alcanzado por diferentes caminos”.

Durante décadas, los expertos se apoyaron en el estudio para respaldar la afirmación de que cuando se los deja a su suerte, los niños naturalmente comen lo que es mejor para ellos.

Sin embargo, lo que realmente demostró es que los niños naturalmente comen una dieta saludable cuando solo se les proporciona opciones saludables. El estudio de Davis excluyó alimentos procesados, harinas refinadas y azúcar. Planificó un experimento de seguimiento para ver qué sucedería si los niños también pudieran elegir alimentos procesados, pero nunca llevó a cabo tal investigación.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 31/01/2019