Brasilia, 28 de may. (Dow Jones) -- Dilma Rousseff sobrevivió a la tortura y al cáncer para convertirse en la primera presidenta de Brasil. Ahora, la ex militante de izquierda enfrenta otro desafío: salvar su presidencia y restañar el deterioro de la mayor economía de Latinoamérica.

Su segundo periodo presidencial apenas ha comenzado, pero Rousseff está ya agobiada por protestas, mientras que algunos legisladores están evaluando abiertamente su posible juicio político por un supuesto esquema de malversación de fondos por 2,100 millones de dólares, en la compañía petrolera estatal, Petroleo Brasileiro.

La moneda ha caído, la inflación está aumentando y la economía está entrando a lo que puede ser su peor recesión en 25 años.

En algunos barrios, la mera aparición de Rousseff en la televisión es motivo para hacer que los residentes salgan a sus balcones a protestar.

Sobre si la líder, de 67 años de edad, podrá o no recuperar la confianza de sus gobernados, se ha convertido en una cuestión crítica para una nación que lucha por evitar que sus problemas se conviertan en una crisis total.

Una encuesta mostró que el índice de aprobación de Rousseff cayó a 13% en abril, de 65% dos años antes. Los analistas asignan ya probabilidades --aunque aún bajas, por ahora-- sobre si podrá llegar al final de su mandato, que es en 2018.

"Está en marcha un proceso de colapso económico, social y moral", dijo el senador Ronaldo Caiado, un opositor acérrimo de Rousseff, mientras posaba para las fotos en un mitin masivo contra Rousseff realizado en São Paulo a mediados de marzo. Miles de manifestantes volvieron a salir a las calles un mes después.

Para salvar su presidencia, Rousseff está intentando una difícil hazaña política: revertir todo, desde las políticas económicas que, de acuerdo con sus críticos, han empeorado los problemas de Brasil, hasta cambiar su estilo de liderazgo que fue calificado de inflexible. Todo esto mientras el apoyo que tenía en el Congreso ha prácticamente desaparecido.

Durante su primer periodo presidencial, la ex-guerrillera se metía demasiado en todos los asuntos al grado que se involucraba en decisiones de poca prioridad como determinar dónde se sentaba quién en reuniones de trabajo, dijeron personas familiarizadas con su gobierno.

Ahora, delega ya las funciones de planificación económica y de negociación con el Congreso a un nuevo ministro de finanzas y a su vicepresidente, Michel Temer, el líder de un partido aliado que es más centrista.

Rousseff hasta se ve diferente. Ha perdido alrededor de 15 kilogramos este año, lo suficiente como para despertar la preocupación de que haya regresado el linfoma del cual fue tratada en 2009. La presidenta se lo acredita a una nueva dieta y al ejercicio que realiza.

Los cambios políticos radicales de Rousseff implican riesgos.

Están diseñados para estabilizar su presidencia y acallar los llamados a hacerle un juicio político. Pero incluso si tiene éxito, esas reversiones podrían dejarla políticamente aislada: miembros del Partido de los Trabajadores, al que pertenece, le están dando la espalda por haber descartado algunas de sus políticas económicas de izquierda.

Es poco probable que los conservadores al los que les gustaron esos cambios apoyen a la ex marxista.

"No creo que pueda cambiar realmente. La ciencia médica ha avanzado hasta el punto en el que se puede trasplantar un corazón, una córnea y un hígado. Sin embargo, todavía no es posible trasplantar el alma", dijo el senador Aloysio Nunes, opositor de Rousseff.

Rousseff no podrá participar en otra campaña presidencial debido al límite que existe en la legislación brasileña sobre el número de periodos presidenciales que puede ejercer alguien como presidente.

Los escándalos y la crisis pueden afectar las posibilidades de que su partido pueda extender su predominio en la presidencia que comenzó en 2003.

Se espera que el co-fundador del partido, el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, vuelva a contender por la presidencia. Pero las encuestas muestran que su popularidad ha caído demasiado.

Hay mucho en juego para una democracia emergente que se está viendo sacudida por el fin del auge de los commodities. No hace mucho tiempo, el exportador sudamericano de hierro, soya, café y otros bienes inspiró tanto optimismo que algunos analistas predijeron confiadamente que estaba madurando para convertirse en una potencia mundial.

Pero las perspectivas de Brasil se han desmoronado. La demanda china de mercancías brasileñas se desaceleró y abrió brechas en el presupuesto público para llevar a cabo sus programas de asistencia social, de crédito y de construcción, que fueron creados durante los buenos tiempos.

Brasil incluso corre ahora el riesgo de perder su calificación de grado de inversión, lo que podría desatar una caótica ola de ventas de su moneda, dijeron los economistas.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Eduardo García

 

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Fecha de publicación: 28/05/2015