16 de jun. (Dow Jones) -- Richard Haass, un alto funcionario de seguridad nacional en las dos últimas administraciones republicanas, usa una palabra interesante para resumir la política exterior del presidente Donald Trump: perturbación.

“Él tiende a ver al mundo como una prueba para nosotros más que como algo para beneficiarnos”, dijo Haass, ahora presidente de Council on Foreign Relations. “Y tiende a ver cada problema de forma aislada”. Como resultado, “el alterará cada vez más los acuerdos de larga data”.

Perturbador en jefe es un título que Trump probablemente aceptaría, hasta con orgullo. Alterar el statu quo es lo que hace Trump. Se propuso cambiar al partido republicano, y luego el proceso de elección presidencial, y finalmente Washington. Él lo ha hecho todo.

Sin embargo, menos esperados eran los signos emergentes de que el poder perturbador de Trump podría resultar mayor en el ámbito internacionales que en la política interna. Como todos los presidentes anteriores a él, al ver que está limitado por el Congreso, los tribunales, el partido de oposición y la opinión pública, encuentr que su latitud es más grande en el extranjero.

Pero lo que quiere hacer con esa latitud sigue siendo un misterio y una preocupación para una comunidad mundial que trata de averiguar si existe alguna Doctrina Trump que sea identificable.

Después de cuatro meses, es difícil describir una doctrina con certeza, pero esto parece claro: la política exterior de Trump se define por hacer de las preocupaciones económicas estadounidenses una mayor prioridad que cualquier otra cosa; por la opinión de que los intereses compartidos superan los valores compartidos en las relaciones internacionales; por la negativa a aceptar la continuidad en sí misma; y por la creencia de que puede llegar a un mejor acuerdo en casi cualquier cosa que sus predecesores.

En conjunto, esas tendencias, de hecho, producen lo que Haass llama “un sesgo hacia la perturbación”.

La última evidencia fue evidente en la decisión de Trump del mes pasado de abandonar los acuerdos de París sobre el cambio climático, seguido de su tuit del fin de semana antepasado en el que, a pocas horas del último ataque terrorista en Londres, reprendió al alcalde de la ciudad por no tomar en serio la amenaza terrorista.

La reacción europea a la decisión sobre el cambio climático puede haber sido captada mejor en un reporte de fin de semana sorprendentemente áspero publicado en la revista alemana Der Spiegel. En el que señaló que Trump anunció su decisión en un discurso de la Casa Blanca “del tipo más imbécil” que “sólo proporcionó la prueba más reciente de que la discordia entre los Estados Unidos y Europa es más profunda ahora que en cualquier momento desde el final de la Segunda Guerra Mundial”.

Eso puede ser una hipérbole; las tensiones eran bastante fuertes a principios de la década de 1980, al menos con el público europeo, cuando cientos de miles de personas protestaron en ciudades de toda Europa occidental por el despliegue de misiles estadounidenses de alcance intermedio en esa región.

Sin embargo, cuando Trump viajó a Oriente Medio y Europa, su Casa Blanca no minimizó la medida en la que estaba tratando de cambiar las cosas. Un resumen del viaje de la Casa Blanca, por ejemplo, se refería a un “cambio titánico” en la política y a un “cambio radical” en la retórica.

En un discurso, Trump se refirió a su estrategia como un “realismo basado en principios”. Eso parece significar, entre otras cosas, situar los intereses compartidos por arriba de los valores compartidos en el trato con otras naciones.

“En cada etapa de nuestro viaje, transmitimos un mensaje claro a nuestros amigos y socios: cuando nuestros intereses concuerden, estaremos abiertos a trabajar juntos para resolver problemas y explorar oportunidades”, escribieron HR McMaster, consejero de seguridad nacional, y Gary Cohn, el director del Consejo Económico Nacional, en un artículo de opinión del diario The Wall Street Journal al final de ese viaje.

Por lo tanto, Trump ha construido un fuerte vínculo con los líderes de Arabia Saudita debido al interés compartido en enfrentar al Estado Islámico e Irán, y eso a pesar de las preocupaciones sobre los antecedentes saudíes sobre los derechos humanos y los derechos de las mujeres. E, inesperadamente, ha desarrollado una buena relación con el presidente chino Xi Jinping porque puede ayudarle a abordar el interés estadounidense por frenar el programa de armas nucleares de Corea del Norte.

Mientras tanto, los valores democráticos compartidos con las naciones europeas no son suficientes como para compensar las preocupaciones de que los actuales acuerdos sobre el comercio y los acuerdos climáticos socaven los intereses económicos estadounidenses.

De hecho, Nicholas Burns, un diplomático de carrera jubilado que fungió como subsecretario de Estado en el gobierno de George W. Bush, dijo que las políticas de Trump están coloreadas con las preocupaciones económicas por encima de todo. “Él ve el mundo como un lugar de competidores económicos desenfrenados”, dijo. "En un mundo en el que todo parece una competencia económica, todo el mundo parece un competidor económico”.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

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Fecha de publicación: 16/06/2017

Etiquetas: EUA Política Trump Comercio