6 de oct. (Dow Jones) -- Póngase en la posición de un estratega chino, ponderando maneras de verificar y socavar el papel dominante que Estados Unidos ha mantenido en Asia Oriental desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Beijing ya ha construido una armada naval para desafiar a Estados Unidos en los océanos y estableció bases militares en islas artificiales del Mar de China Meridional. Mientras el presidente Donald Trump causa alarma entre los aliados de Estados Unidos en todo el mundo, China también está tratando de quitarle sus vecinos asiáticos, como Filipinas, a Estados Unidos y traerlos a un nuevo club sinocéntrico.

Sin embargo, Beijing nunca ha intentado tomar una medida que pudiera, de un sólo golpe, devastar los intereses estadounidenses en la región y, por extensión, en el mundo: extraer a Japón de su antigua alianza de seguridad con Estados Unidos. Si China pudiera asegurarle a Japón su seguridad, la posición de Washington como la superpotencia de Asia se vería gravemente socavada.

¿Por qué, entonces, China ha irradiado tan consistentemente hostilidad hacia Japón en vez de tratar de seducirla?

La explicación convencional es que Beijing no se atreve a acercarse a Tokio porque los chinos siguen estando colectivamente molestos por la agresión de Japón y sus atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, y la posterior negativa del país a pedir disculpas por ellos. Pero esta opinión no tiene sustento.

Durante décadas después de 1945, China no buscó obtener una disculpa oficial. Beijing cambió de tono sólo cuando se tornó más poderosa a partir de la década de los ochenta y que encontró una fuente de influencia estratégica al recordarle a Japón de sus crímenes pasados. Abundando más sobre en este tema, desde que Beijing comenzó a exigir disculpas por el comportamiento de Tokio en los tiempos de guerra, Japón se las ha dado repetidamente --pero con poco efecto.

El verdadero obstáculo para una reconciliación entre China y Japón reside en la forma en que sus tóxicas guerras de la historia se han visto envueltas en la política interna de ambos países, exacerbando su rivalidad natural como las dos grandes potencias de Asia.

A principios de la década de los noventa, teniendo al Partido Comunista de China tratando de reconstruir sus credenciales después de la sangrienta campaña de 1989 contra manifestantes antigubernamentales en todo el país, Beijing sancionó una dieta implacable de propaganda en contra de Japón. Un partido asediado y ansioso por convocar a las masas no vio mejor vehículo que reanimar los ataques contra el “histórico criminal”, Japón.

Con el tiempo, la política hacia Japón se ha vuelto tan sensible que cualquier funcionario chino que aboga por la reconciliación corre el riesgo de suicidarse políticamente. Wang Yi, el ministro de Relaciones Exteriores de China y quien también es el experto en Japón de Beijing, habla bien el japonés, pero evita hacerlo en público, a menos que haga ataques personales.

Los diplomáticos y estudiosos chinos conocen el riesgo que implica abogar en pro del acercamiento con Tokio. “Si se dicen buenas palabras sobre Japón, entonces será objeto de una reacción iracunda de los estudiantes”, dijo Chu Shulong de la Universidad de Tsinghua. Estudiar a Estados Unidos es menos preocupante, añadió: “La gente puede no estar de acuerdo conmigo, pero nunca te llamarán traidor”.

Por supuesto, las sensibilidades en las relaciones sino-japonesas funcionan en ambos sentidos. Los conservadores japoneses, incluido el primer ministro Shinzo Abe, han adoptado opiniones revisionistas sobre la Segunda Guerra Mundial que estaban destinadas a ofender a China y Corea del Sur.

Algunos conservadores dijeron que el gobierno del tiempo de guerra fue injustamente culpado de forzar a las mujeres para ir de la comodidad de su casa a la servidumbre sexual, mientras otros niegan que haya ocurrido la masacre de Nanjing de 1937. Las disculpas japonesas por la guerra se han visto invariablemente socavadas por los políticos desafiantes que afirman que el país no tiene por qué disculparse.

En Japón, los expertos en China también enfrentan presión. Diplomáticos de la “Escuela China” de Japón mantuvieron la influencia en la política de Tokio hasta mediados de los años noventa; cuando las relaciones se enfriaban, ellos eran etiquetados como “amantes de los pandas” y eran marginados. Por lo tanto, las segunda y tercera economías más grandes del mundo han perdido la capacidad de hablar entre sí y de construir una relación estable.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

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Fecha de publicación: 06/10/2017

Etiquetas: China Japón economía