9 de nov. (Dow Jones) -- Antes de que comience una guerra, los antagonistas siempre retiran a los pacifistas. Las guerras comerciales comienzan de la misma manera.

El presidente Donald Trump está tratando de rehacer o retirarse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y su administración también está debilitando a la Organización Mundial del Comercio.

La marginación de la organización pacificadora que hacen cumplir las reglas del comercio mundial liberará a Estados Unidos para imponer aranceles a discreción sin temor a que un árbitro contradiga su decisión.

El excesivo y preliminar arancel punitivo 299% que impuso su administración a las aeronaves construidas por la canadiense Bombardier e importadas por Estados Unidos podría ser un primer vistazo de cómo funcionará ese mecanismo.

Esto puede generarle victorias a Trump a corto plazo, pero ¿a qué costo?

Roberto Azevedo, jefe de la OMC, dijo en una conferencia reciente del Consejo de Relaciones Exteriores que un mundo sin arbitraje multilateral es uno “gobernado por acciones unilaterales, que básicamente es un eufemismo de las guerras comerciales, y. . . todos estaríamos, sin excepción, peor de lo que estamos ahora”.

Estados Unidos han sido durante mucho tiempo un país de entusiastas guerreros comerciales. Desde 1995, ha presentado casi 900 casos antidumping (contra empresas que venden en Estados Unidos por debajo del costo o de lo que cobran en su país), casos compensatorios (por subsidios gubernamentales ilegales) o casos de salvaguarda (para proteger contra los aumentos repentinos en las importaciones), dijo OMC, más que cualquier otro país.

Uno de los principales llamados de Canadá y México respecto a la reforma del TLCAN fue la protección de algunas de estas acciones de cumplimiento de Estados Unidos, y la posibilidad de solicitar un panel binacional para que dictamine si están de acuerdo con la legislación estadounidense.

“Es el proceso de resolución de disputas, no los aranceles bajos, la joya más preciada del TLCAN”, dijo CIBC, un banco canadiense, en un informe reciente. La eliminación de ese proceso es una demanda clave de Estados Unidos, algo a lo que se contraponen sus socios comerciales de manera denodada.

Cuando la OMC reemplazó General Agreement on Tariffs and Trade (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) en 1995, se puso en vigor un mecanismo de solución de controversias de acuerdo con el cual los países miembros podían apelar la medida comercial de otro y, de ser necesario, apelar las conclusiones del panel ante un órgano de apelación de siete miembros.

La administración Trump ahora está bloqueando las citas para llenar varias vacantes en ese cuerpo de apelación, lo que pone en peligro su imprescindible encomienda, sobre cómo interpreta la autoridad antidumping de Estados Unidos. Sin embargo, las quejas de la administración son más profundas: cree que el mecanismo infringe la soberanía estadounidense.

Si bien los paneles no han evitado las disputas comerciales, sí han prevenido que éstas se salgan de control, y su existencia también puede haber desalentado casos más dudosos.

Eso ya no pudiera no ser tan cierto. Wilbur Ross, el secretario de comercio del Trump, ha hecho prioritario la mayor aplicación de la ley. Las investigaciones antidumping y compensatorias han aumentado 48% en comparación con el año anterior.

Ross ha desempolvado los remedios comerciales que desde hace mucho tiempo habían estado en desuso para imponer aranceles a los paneles solares chinos y las lavadoras coreanas, y explorar la reducción de las importaciones de acero por razones de seguridad nacional.

La postura recientemente agresiva de la Casa Blanca es alentar a las empresas a presentar quejas y esperar un trato más favorable del arbitraje comercial. En teoría, los funcionarios del Departamento de Comercio, que deciden si hay dumping o subsidios, y la Comisión de Comercio Internacional de Estados Unidos, que determina si el arancel está justificado, siguen criterios objetivos y legales. En la práctica, están influenciados por las tendencias políticas y el presidente que los designa.

Bombardier denunció su arancel de 299% como una “extralimitación atroz”. Chrystia Freeland, la canciller canadiense, lo calificó de “sin fundamento y absurdamente elevado”.

Sin embargo, al estar enfrentando una gran deuda, pedidos limitados y potencialmente años de litigios para anular la tarifa, Bombardier dijo que se asociaría con Airbus y que ambas construirían algunos jets en Mobile, Alabama, y que pondrían empleos de manufactura que pagan mucho en Estados Unidos.

Esto parece una victoria a corto plazo para el unilateralismo comercial del Trump. Pero, ¿será realmente una victoria a largo plazo? La política comercial del Trump se basa en dos premisas cuestionables. La primera es que los déficits muestran que Estados Unidos ha estado en el lado perdedor del comercio internacional.

Casi ningún economista está de acuerdo, argumentando que los déficits comerciales reflejan un desequilibrio más fundamental entre el ahorro nacional y la inversión. Si el proteccionismo de Estados Unidos perjudica a México, su economía y su moneda se debilitarán, reduciendo su demanda de exportaciones de Estados Unidos y socavando de antemano cualquier reducción en el déficit comercial.

La segunda premisa es que Estados Unidos tiene poder de coacción porque otros países aprecian el acceso a sus mercados. Sin embargo, tanto México como Canadá han indicado que preferirían dejar morir al TLCAN antes que aceptar algunas de las condiciones del Trump.

Esto en parte es porque creen que las tres economías están tan integradas que muchas relaciones comerciales persistirían incluso sin el pacto. Además, parcialmente porque aceptar un trato desventajoso podría implicar un alto precio económico y político, especialmente en México, que celebra elecciones presidenciales el próximo año.

“Es mejor no tener un TLCAN que un TLCAN Frankenstein”, dijo Guillermo Ortiz, quien fue el secretario de Hacienda de México cuando el tratado entró en vigencia en los años noventa.

Por razones similares, los socios de Estados Unidos pueden sentirse obligados a tomar represalias contra el proteccionismo estadounidense si el TLCAN u la OMC no están disponibles como válvulas de escape --las guerras comerciales sobre las que advierte Azevedo.

Ese no tiene por qué ser el fin del mundo: no lo fue en la década de los ochenta. La diferencia es que en ese entonces Ronald Reagan era presidente. El cedió a las presiones proteccionistas mientras que en el fondo siguió siendo un libre comerciante y sentó las bases de la futura liberalización del comercio que se registró en las próximas dos décadas. Trump tiene en mente un camino diferente, ¿pero será el correcto?

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

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Fecha de publicación: 09/11/2017