3 de jul. (Dow Jones) -- En la actualidad se desarrolla una extraña paradoja en Washington: a medida que el presidente Donald Trump actúa cada vez menos como un republicano tradicional, los republicanos tradicionales se han tornado cada vez temerosos de darle la espalda.

En tan solo un par de semanas, Trump dio al traste con la estrategia republicana de libre comercio. Trastocó el internacionalismo tradicional de los republicanos al iniciar un enfrentamiento comercial con Canadá y sus aliados europeos, mientras ha hecho migas con el dictador norcoreano.

Su administración ha recurrido a políticas de inmigración, particularmente enviar a miles de niños inmigrantes indocumentados a centros de detención masivos, que ha puesto visiblemente incómodos a los líderes republicanos elegidos en Washington y provocado la indignación de la comunidad internacional.

Sin embargo, al mismo tiempo, los líderes republicanos del Congreso han socavado un esfuerzo por bloquear su decisión de imponer aranceles al comercio con los aliados más cercanos de Estados Unidos. El intento de los moderados del Congreso por forjar un nuevo camino en la política de inmigración feneció. Un proyecto de ley republicano para evitar que el presidente interrumpa unilateralmente la investigación de la injerencia rusa en las elecciones de 2016 por parte del asesor especial Robert Mueller ha sido bloqueado en el Senado.

Además, la presidenta del Comité Nacional Republicano, Ronna McDaniel, declaró en un memorable tuit: “Cualquiera que no apoye la agenda @realDonaldTrump de hacer que Estados Unidos sea grandioso otra vez cometerá un error”.

¿Cómo explicar esta aparente desconexión? En realidad, hay tres explicaciones relacionadas pero independientes. Una es la naturaleza de la negociación implícita que los republicanos han hecho con el presidente. La segunda es el control severo que ejerce Trump en las bases del partido; y la tercera es el temor de darle la espalda.

El resultado es que el Partido Republicano se ha convertido en el partido de Trump en las últimas semanas, mucho más que antes. La cuestión política que pende ominosa en todo esto para los republicanos es si este es un buen cálculo a largo plazo.

Desde el comienzo de la era Trump, los republicanos tradicionales y muchos activistas conservadores han aceptado esencialmente cierto tipo de regateo con el presidente. El presidente les proporcionaría ayuda en tres asuntos de gran importancia para la mayoría de los republicanos de la corriente principal: recortes de impuestos, desregulación y nombramiento de jueces conservadores.

A cambio, Trump exigiría que el partido se aleje de sus políticas tradicionales y adopte las él en otros tres temas centrales: comercio, inmigración y política exterior.

Desde el principio, los republicanos de la corriente principal han dudado de este trato y trataron determinar si el resultado neto será positivo o negativo para ellos y su partido.

En este momento, ellos parecen pensar que es netamente positivo, tal vez por la forma en que los republicanos de todo el país se han adherido a las políticas de Trump.

En la encuesta reciente de Wall Street Journal/NBC News, 84% de los republicanos dijeron que aprueban el trabajo que está haciendo Trump. Ocho de cada 10 informaron sentimientos positivos hacia él personalmente. La proporción de republicanos que se describen a sí mismos más como partidarios de Trump aumentó desde hace un mes, mientras que la proporción de quienes se autodenominaron más partidarios del partido cayó.

En todo caso, los partidarios base de Trump lo han apoyado de manera más decidida. Por ejemplo, la proporción de hombres sin educación universitaria que aprueban su desempeño laboral aumentó de 48% en abril a 60%.

Ese apoyo sólido de las bases ha hecho que otros republicanos se muestren reacios a no apoyar a Trump, como lo demuestra su disposición de atacarlos públicamente si no lo apoyan. El primer ejemplo de este caso es el representante republicano Mark Sanford de Carolina del Sur, que recién perdió una elección primaria después de denunciar el comportamiento de Trump, y que el presidente se opuso públicamente a él.

El resultado de todos estos factores es lo que el veterano estratega del Partido Republicano Mike Murphy, un crítico del presidente, califica como una especie de “lealtad tribal” a Trump.

“No hay duda de que Trump ha difuminado lo que solía ser el núcleo ideológico del Partido”, dijo Murphy. A pesar de eso, añadió, “el tribalismo implica cierta lealtad a Trump, y él disfruta de un culto a la personalidad entre 30% de los electores primarios”.

Aun así, Murphy argumentó, las lecciones de la pérdida que sufrió Sanford en las primarias de Carolina del Sur pueden resultar exageradas. Sanford ganó menos de 56% de los votos en su distrito en su primaria de 2016, prevaleciendo escasamente en un momento en el que Trump no fue factor. En resumen, ya estaba debilitado.

Tampoco está claro que la lealtad a Trump parezca tan acertada en las elecciones generales y en las posteriores. Solo 43% de los votantes independientes dijeron aprobar el trabajo que desarrrolla el presidente. Entre las mujeres con educación universitaria, la proporción es solo de 31%.

Cuando se consideren estos votantes en la ecuación en el otoño, el panorama puede ser diferente, y se verá radicalmente diferente si los republicanos pierden el control de una o ambas cámaras del Congreso en noviembre próximo.

Pero por ahora, y por primera vez, está claro que el control de Trump sobre el Partido Republicano se está fortaleciendo.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 03/07/2018

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