La policía en El Salvador investiga la escena del crimen de Elba Magdalena Álvarez, de 17 años de edad, quien fue asesinada al lado de un camino, una de las miles de mujeres víctimas de la violencia en el país centroamericano. Foto AP.
La policía en El Salvador investiga la escena del crimen de Elba Magdalena Álvarez, de 17 años de edad, quien fue asesinada al lado de un camino, una de las miles de mujeres víctimas de la violencia en el país centroamericano. Foto AP.

San Salvador, El Salvador, 10 de ene. (Dow Jones) -- A Ruth y Magdalena Henríquez, dos hermanas que trabajan en un mercado, les pareció absurdo cuando una joven actriz salvadoreña les propuso participar en una representación teatral en la que ellas revelarían sus secretos más oscuros.

Egly Larreynaga, que acababa de regresar de trabajar en teatro en España, quería que profundizaran en su pasado. Como actrices del teatro testimonial que Larreynaga imaginó, ambas mujeres hablarían de todo, desde la dificultad de criar a sus hijos, su matrimonio y el abuso infantil.

“Es bueno en el proceso de sanación”, dijo Larreynaga, de 38 años. “No es fácil hablar de nuestros traumas, secretos, temores”.

Larreynaga había conocido a las dos hermanas y otras mujeres del mercado en la guardería que cuidaba a sus hijos. Las mujeres del mercado se embarcaron en largas sesiones en las que hablaron sobre sus vidas de una manera que nunca antes lo habían hecho.

De alguna manera, todas las mujeres habían sido víctimas de la violencia masculina, y todas estaban muy conscientes de la reputación de El Salvador como uno de los países más letales del mundo para el sexo femenino. 

Larreynaga vio el teatro como una vía para educar al público sobre el aumento de la violencia contra las mujeres en el país y a la vez para ayudar a los participantes de las actuaciones a superar sus heridas aún a flor de piel.

“Todas dijimos, 'Ahora que me ha pasado esto, démosle un buen uso'”, dijo Larreynaga, quien señaló que ella misma fue abusada sexualmente por su padrastro cuando era niña.

El teatro La Cachada --cuyo nombre se debe a los gritos de los vendedores que buscan comercializar sus productos-- ha tenido mucho éxito, presentándose ante teatros repletos aquí, en España, Costa Rica y Guatemala.

Para las mujeres, la experiencia de estar de pie ante una multitud de extraños y revelar sus experiencias más dolorosas ha demostrado ser catártica. Tanto es así que las actrices de La Cachada realizan talleres en guarderías, donde discuten las dificultades de la vida cotidiana con otras mujeres.

“El teatro se convirtió en terapia”, dijo Magdalena, de 40 años. “Creó un espacio, un lugar donde pudimos sentir que podíamos hablar de nuestros momentos más difíciles, un lugar donde podríamos desfogar nuestros traumas y llorar para sanar”.

 

En entrevistas, las dos hermanas describieron vidas marcadas por la violencia, al igual que otras mujeres en un país que lucha por controlar los asesinatos y las agresiones a las mujeres. Ambas dijeron que fueron violentadas cuando niñas y que también vieron a su padre golpear a su madre. Posteriormente, el marido de Magdalena la golpeó.

“Él me golpeó porque no quería tener relaciones con él”, contó. “Entonces, él me golpeó hasta que sostuvimos relaciones. Fue como una violación, prácticamente”.

Cuando fue golpeada frente a su pequeño hijo, finalmente se fue de la casa. “Decidí que si no me iba, tal vez nunca lo haría”, dijo.

Ambas ahora saben que la violencia que experimentaron era parte de un ciclo. Su padre las había aterrorizado cuando niñas, recordaron ambas. Nos insultaba, las echaba de la casa y las atacaba.

“Me golpeó casi desde el momento en que nací”, dijo Ruth, de 41 años.

Pero él también había crecido en una casa donde la violencia era cosa común, donde su padre había golpeado a su madre. Ambas mujeres llegaron a comprender que la violencia en su familia se remontaba a generaciones. Además de que el ciclo de violencia continuó en sus propios hogares, cuando habían golpeado a sus hijos.

“Esa cadena de violencia nos hizo repetir la violencia”, dijo Magdalena.

Las dos hermanas dijeron que rompieron ese círculo vicioso --y que nunca más golpearon a sus hijos.

En una reunión reciente en una guardería llamada Las Palmas, Magdalena y Ruth dieron la vuelta a un círculo pidiéndoles a un grupo de madres que hablaran sobre ellas.

También cantaron, bailaron y se abrazaron. Las discusiones sobre los aspectos difíciles de sus vidas vendrían más tarde, en otras sesiones.

“Lo importante de todo esto, no es que cantemos y bailemos”, dijo Magdalena al grupo, “sino que comenzamos a comunicarnos”.

Traducido por Luis Felipe Cedillo   

Editado por  Michelle del Campo

Copyright © 2019 Dow Jones & Company, Inc. All Rights Reserved 



Fecha de publicación: 10/01/2019

Etiquetas: Latinoamérica Centroamérica violencia familia mujeres San Salvador policía gobierno