Un creyente fuma un cigarrillo ante las estatuas de Ismael en el mausoleo de los “Santos Malandros”  del Cementerio General ubicado en el barrio pobre de Guarataro en Caracas, Venezuela, el miércoles 1 de octubre de 2014. Los creyentes se reúnen en el cementerio, a veces por docenas, arrodillados en oración, bebiendo licor y fumando cigarrillos como ofrendas a la pequeña estatua del ladrón muerto. Foto AP/Ariana Cubillos.
Un creyente fuma un cigarrillo ante las estatuas de Ismael en el mausoleo de los “Santos Malandros” del Cementerio General ubicado en el barrio pobre de Guarataro en Caracas, Venezuela, el miércoles 1 de octubre de 2014. Los creyentes se reúnen en el cementerio, a veces por docenas, arrodillados en oración, bebiendo licor y fumando cigarrillos como ofrendas a la pequeña estatua del ladrón muerto. Foto AP/Ariana Cubillos.

Caracas, Venezuela, 15 de mar. (Dow Jones) -- Desde su barrio bajo ubicado en la cima de una colina que domina esta capital en decadencia, Luis Martínez lamentó que su negocio de robo a mano armada y secuestro para obtener rescates estuviera en picada.

Las balas son demasiado caras, al igual que las partes de su automóvil para huir. Pocas víctimas llevan dólares estadounidenses en estos días; el bolívar local es casi inútil. Simplemente hay menos dinero para robar.

“Ser ‘malandro’ no es lo que solía ser”, dijo Martínez, de 26 años, utilizando un modismo local que significa delincuente. Degustando ron barato bajo una farola con un compinche, sacó una semiautomática Glock de su riñonera para mostrar que ya sólo le restaban cinco balas. “Tengo que racionarlas. Se está volviendo muy difícil ponerse al día”.

El predicamento de Martínez subraya una sorprendente consecuencia de la crisis de Venezuela: el crimen violento se ha reducido en uno de los países más peligrosos del mundo. Los criminólogos han dicho que algunos pillos están reconsiderando su “negocio” debido a la crisis económica que ha reducido la producción económica en más de la mitad desde 2013, y a los asesinatos extrajudiciales de presuntos delincuentes que realizan las fuerzas de seguridad del estado.

Venezuela ha evitado publicar durante mucho tiempo los datos de la delincuencia, argumentando que los opositores al Partido Socialista en el poder lo utilizan para difamar al gobierno. Muchas víctimas no denuncian delitos porque desconfían de la policía. No todos los tipos de crímenes han disminuido. Los apagones en toda la nación de la última semana ante el enfrentamiento entre el presidente Nicolás Maduro y la oposición política han provocado nuevos saqueos y caos en el país.

Pero las organizaciones que rastrean el crimen han registrado descensos notables en la violencia urbana. Después de aumentar cada año desde 2004, los homicidios han disminuido 19% en los últimos dos años, dijo Observatorio Venezolano de Violencia que no tiene fines de lucro. La cantidad de casos de secuestro reportados a la policía investigadora de Venezuela se redujo en un tercio durante el período en 2018, a 308, de acuerdo con Javier Mayorca, un consultor de seguridad venezolano.

“No hay mucho que celebrar en estos días, pero quizás esto sea algo”, dijo Gloria Cermeño, una contadora de 42 años en Caracas.

Los expertos atribuyen el cambio a varios factores.

El éxodo de 3.4 millones de venezolanos que huyen de la calamidad económica significa menos víctimas potenciales, como los que van o vienen del trabajo y los que asisten a fiestas nocturnas que Martínez dijo que solía asaltar.

Algunos malandros se han sumado al éxodo. En agosto, la policía de Perú sentenció a cinco presuntos miembros de una notoria organización del crimen venezolana llamada Tren de Aragua a nueve meses de prisión por cargos de narcotráfico, robo y armas. En Colombia y Brasil, los informes de crímenes cometidos por venezolanos han provocado actos de justicia popular.

Luego están las pésimas retribuciones por los arriesgados trabajos del crimen.

“En el pasado, la prioridad de los criminales eran los artículos de lujo, unos tenis Nike, un teléfono celular o una playera de marca, ahora están buscando comida”, dijo Roberto Briceño-León, jefe del Observatorio de la Violencia.

Quien agregó que hay un aumento en las invasiones de hogares para atacar los refrigeradores. “En antropología, llamamos a esto la búsqueda de proteínas”, dijo Briceño-León. “Esto es algo completamente nuevo en Venezuela”.

Las redadas de las fuerzas de seguridad para buscar y matar criminales violentos, que los grupos de derechos humanos han condenado, también han surtido impacto. Dichas ofensivas en los barrios marginales dejaron cerca de 3,700 personas muertas en 2017 y 2018, de acuerdo con un grupo independiente de derechos humanos con sede en Caracas, el Comité de Familias de las Víctimas.

El Ministerio del Interior de Venezuela, que supervisa el trabajo de la policía, no respondió a una solicitud para conceder una entrevista.

“Ya no vale la pena correr el riesgo”, dijo Carlos Rojas, de 22 años, cómplice de Martínez, quien tiene dificultades para mantener a su novia adolescente y a su hijo de dos años, a quien llevaba consigo mientras hablaba.

El año pasado, Rojas cambió su viejo automóvil que usaba para fugarse por una bicicleta, que dijo esperaba usar para asaltar víctimas para robarles carteras y teléfonos celulares. Pero él y Martínez abandonaron la idea, por temor a las represalias extrajudiciales de parte de los oficiales de policía que establecen puestos aleatorios de control por las noches en los barrios bajos, a menudo usando máscaras de negras y armas de fuego.

En los últimos meses, Martínez ha optado por vender café en las calles, mientras que Rojas pasa sus días trabajando en un taller de hojalatería y pintura.

Los dos recientemente recordaron las pachangas de fin de semana en las que solía fluir el licor hasta el amanecer y que los ebrios residentes celebraban disparando sus armas al aire.

Este tipo de entretenimiento es un recuerdo lejano ahora, ya que las balas en el mercado negro se venden en casi un dólar por pieza en un país donde la mayoría de las personas gana menos de 10 mensuales.

La transición a una vida más simple ha sido difícil, dijo Martínez, quien dijo que pasó cuatro años en una prisión venezolana después de ser arrestado en un intento fallido de secuestro.

Él añadió que fue despedido en agosto de su trabajo como mecánico después que el gobierno decretó un aumento del salario mínimo de 6,000%, lo que dejó a muchos talleres fuera del negocio. Toda esa experiencia, dijo Martínez, lo ha dejado desilusionado.

“Realmente no importa lo que hagas”, dijo. “Si bebes, vas a morir. Si fumas, también vas a morir. Y si intentas ser honesto o vivir como criminal, vas a morir de todos modos”.

Traducido porLuis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo           

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Fecha de publicación: 15/03/2019

Etiquetas: Venezuela Crisis Crimen Malandros Descenso Dinero Devaluado Bienes Lujo Tenis Nike Celulares Teléfonos Inteligentes