TENGO LA NECESIDAD MASOQUISTA de complacer a mi jefe, por lo que nunca estoy a más de un metro de distancia de mi iPhone (y las notificaciones rezumban a todas horas) y nunca salgo de casa sin una MacBook a cuestas. Por si acaso. Mi gerente, que una vez mencionó claramente que tiene un “respeto perverso por los adictos al trabajo”, recientemente me envió por correo electrónico una pregunta a las 11:11 p.m. Cuando le respondí siete minutos después, él respondió: “Tú = siempre al pendiente”.

Ya sea que haya sido una broma o un cumplido, lo acepté. Diferentes generaciones podrían debatir qué avance tecnológico inició la cultura laboral de estar “siempre alerta” que nos mantiene encadenados a nuestros dispositivos, y quién es el más culpable de perpetuarla. Como una persona nacida con el milenio, yo argumentaría que surgió a mediados de la década de los ochenta, cuando los médicos empezaron a usar los buscapersonas (beepers) y que Michael Douglas le presentó al mundo los teléfonos para autos en la película 'Wall Street', una historia precautoria sobre el equilibrio entre el trabajo y la vida (que declaró que “el almuerzo es para los débiles”).

Hoy en día, la actitud siempre alerta es la configuración de trabajo predeterminada para la mayoría de nosotros. Los omnipresentes teléfonos inteligentes, las delgadas computadoras y las innovadoras aplicaciones hacen más rápidas, más fáciles y aparentemente menos dolorosas las respuestas. Esto sólo toma un segundo, ¿verdad?

Pero esos segundos que se acumulan rápidamente son solo la versión de la tecnología de la muerte china de los mil cortes, expandiendo los límites de la jornada laboral hasta que ésta se difumina a la perfección con el resto de la vida civil.

De acuerdo con un estudio realizado en 2016 por Academy of Management, los empleados suman un promedio de 8 horas semanales respondiendo correos electrónicos relacionados con el trabajo después de salir de la oficina. Haciendo eco de eso, una encuesta Harris Poll 2015 para the American Psychological Association encontró que 30% de los hombres y 23% de las mujeres llevan regularmente trabajo a casa. Porcentajes similares admitieron trabajar en vacaciones y llevar “materiales de trabajo” a sus salidas sociales (esperamos que eso no signifique carpeteros de acordeón). Todo esto, concuerdan muchos expertos en psicología, provocan estrés, arruinan los hábitos de sueño y paralizan nuestra capacidad de mantenernos activos y comprometidos durante las verdaderas horas de oficina.

En 2017, Francia instituyó una nueva ley laboral que apoya una nueva frontera en los derechos humanos, el “derecho a desconectarse”. Respaldada por los sindicatos que defienden que los empleados se desvinculen de las comunicaciones electrónicas de trabajo una vez que estos salen de la oficina, la ley se deriva de un fallo de la Suprema Corte de Justicia de Francia de 2004 que afirma que un empleado que no está accesible por celular cuando está fuera del trabajo no puede ser acusado de mala conducta.

Se han promulgado derechos similares en Italia y Filipinas, se están explorando en Alemania y Luxemburgo y fueron propuestos en la ciudad de Nueva York. Y en julio, la legislación surcoreana comenzó a limitar las horas de trabajo semanales a solo 52, por debajo de un máximo de 68. ¡Oh sorpresa!: Estados Unidos no tiene un máximo legal.

“La cultura de siempre alerta es rara. No es así cómo prospera el ser humano. No es cómo las personas productivas pasan al siguiente nivel”, dijo Greg McKeown, autor de ‘Essentialism’ (Esencialismo), que detalla su filosofía de decir con confianza no a las cosas que no benefician --la “búsqueda disciplinada de hacer menos”, pero hacerlo mejor. “La cultura moderna ahora actúa sobre nosotros tan constantemente que empezamos a reaccionar a ella en lugar de actuar por nosotros mismos”.

McKeown argumenta que ser selectivo acerca de cómo gastamos nuestro tiempo lo convierte en algo tan valioso que debe ser comercializado, en última instancia, ganándole respeto a ustedy haciéndolo más productivo cuando está en “alerta”.

Por ejemplo, decir no a las reuniones sin un objetivo específico libera tiempo de su oficina para terminar las tareas, eliminando así el trabajo extra en el hogar. Sin embargo muchos de nosotros todavía estamos agobiados por el temor a perdernos de algo importante (FOMO, por sus siglas en inglés): el miedo a perder una oportunidad, a ser considerados como menos trabajadores y menos confiables que los compañeros de trabajo y, por lo tanto, prescindibles.

De acuerdo a un estudio de Harvard Business Review de 2016, 43% de los encuestados “sacrifican o reprimen significativamente otros aspectos significativos de quiénes son” y ceden al impulso de siempre estar alertas al trabajo.

Por lo que, en lugar de usar la tecnología para aumentar nuestro trabajo, apresurarnos para salir del trabajo en seis horas en lugar de 10, o limitarnos a una semana laboral ideal de cuatro días, hemos utilizado mal la tecnología para reforzar los anticuados hábitos de la adicción al trabajo. Además, ¿qué son dos minutos de su tiempo para redactar un correo electrónico con la finalidad de que la gente de arriba sepa que siempre pueden contar con usted?

“Tenemos que evitar la actitud de siempre alerta al trabajo antes de que ésta nos elimine”, advirtió McKeown.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo              

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Fecha de publicación: 20/11/2018