28 de jun. (Dow Jones) -- Los economistas alguna vez aspiraron a ser como los dentistas: aburridos tecnócratas en los que confiaba el público.

La última década ha sido poco amable con esas esperanzas. Los economistas no pronosticaron la crisis financiera o el crecimiento miserable que le siguió. Los británicos ignoraron sus súplicas para permanecer en la Unión Europea. En Donald Trump, Estados Unidos tienen un presidente que dice rutinariamente cosas que los economistas consideran erróneas: los déficits comerciales son malos, no se puede confiar en las estadísticas del desempleo, Estados Unidos es el país con los impuestos más altos del mundo.

El punto más álgido se presentó cuando el director de presupuesto de Trump dijo que Congressional Budget Office, o CBO (Oficina de Presupuesto del Congreso), cuyos economistas proporcionan consejos apartidistas sobre legislación, había sobrevivido a su utilidad.

Y lo mejor fue que Mick Mulvaney dijo a los opositores de la legislación que proporcionen sus estudios y que los partidarios de la misma lleven a la mesa los suyos. “Si funcionan sus consejos, serían reelegidos y si no, entonces no”.

La crítica de Mulvaney hubiera sido más convincente si la administración hubiese presentado sus propias estimaciones de los efectos económicos de sus propuestas. Pero no lo ha hecho.

Una de las razones por las que la agenda de Trump está avanzando tan lentamente es el hecho que no considera cómo compensar las reducciones de impuestos (un déficit mayor) o los menores subsidios para los servicios médicos (más ciudadanos sin seguro médico).

El mayor problema con su crítica es que desvirtúa el papel de los economistas. No es hacer pronósticos específicos. Eso sería bueno, pero algo imposible. Las previsiones serán equivocadas con mayor frecuencia que correctas. Sin embargo, éstas proporcionan un punto de referencia contra el cual se pueden probar las propuestas basadas en la teoría y la evidencia, más bien que en el instinto o en suposiciones ideológicas que aún no han sido probadas.

“El análisis informado a veces será erróneo, pero prefiero apostarle al análisis informado que a las suposiciones ignorantes”, dijo Douglas Elmendorf, quien dirigió la CBO de 2009 a 2015 y supervisó sus estimaciones originales de Affordable Care Act (Ley de Servicios Médicos Asequibles), también conocida como Obamacare.

El análisis económico expone las compensaciones inherentes a todas las opciones políticas. Los aranceles de importación protegen a algunos trabajadores pero perjudican a los consumidores; un salario mínimo más alto ayuda a los trabajadores poco calificados que tienen empleo, pero dificulta que otros encuentren empleo; eliminar los beneficios mínimos requeridos del seguro médico hace que la cobertura sea más barata para algunos consumidores, pero más cara para otros.

Identificar estos efectos “no significa que todos estarán de acuerdo con ellos, pero cuando menos la gente puede tomar decisiones con los ojos abiertos”, dijo Elmendorf.

El análisis imparcial no garantiza buenas decisiones, pero hace que sean menos probables que se tomen decisiones realmente malas.

Ningún buen líder empresarial abordaría una gran inversión habiendo escuchado sólo a sus partidarios internos. Por razones similares, el Congreso decidió en los años setenta que dependía demasiado del presidente para evaluar la legislación. Queriendo tener un árbitro independiente, creó la CBO.

Los críticos a menudo dicen que sus pronósticos no son correctos en ocasiones. Sin embargo, si esto fuera evidencia de un sesgo sistemático, la OBC tendería a equivocarse en la misma dirección, y más que otros analistas, algo que no sucede.

Cuando George W. Bush redujo las tasas impositivas en 2003, su gobierno predijo un crecimiento económico de 3.3% hasta 2008, mientras que la CBO y el sector privado predijeron 3.2%. De hecho, éste promedió escasamente 2.3%.

Sus estimaciones de ese año sobre los futuros ingresos fiscales federales fueron inicialmente altas y después bajas, al igual que las de la Casa Blanca.

Mientras que la CBO en 2010 sobreestimó cuántas personas se unirían a las bolsas del seguro médico Obamacare en 2014, la Casa Blanca y dos destacadas organizaciones privadas lo sobrestimaron aún más, de acuerdo con un estudio de 2015 del comisionado por Commonwealth Fund, una fundación que promueve el acceso a los servicios médicos.

Yuval Levin, académico de Ethics and Public Policy Center (Centro de Ética y Políticas Públicas), dijo que la CBO sobreestimó cuántas personas se verían motivadas por las sanciones producto de la falta de seguro médico para adquirirlo. También subestimó los beneficios de la competencia. Pero estos errores, señaló, se derivan de la estrategia conceptual que ha elegido, no de prejuicios políticos.

La respuesta habitual de la Casa Blanca a un análisis con el que no está de acuerdo es proporcionar el suyo, preparado por sus propios economistas, normalmente en el Consejo de Asesores Económicos (CEA, por sus siglas en inglés). Como son nombrados por el presidente, naturalmente que ellos gravitarán hacia la evidencia que sea favorable a la Casa Blanca, pero los escrúpulos profesionales limitan hasta qué punto eso puede influir en los hallazgos.

Esa disciplina ha faltado en la administración de Trump. Cuando él anunció hace unas semanas que se retiraba del acuerdo climático de París, no citó ninguna investigación interna sobre los daños económicos del acuerdo, sino un estudio privado encargado por dos agrupaciones que critican la regulación de los gases del efecto invernadero.

Su presupuesto fue notable tanto por pronosticar un crecimiento de 3%, mucho mayor de lo que los analistas independientes consideran como plausible, y la ausencia de un análisis detallado de cómo se logrará. Los funcionarios de la administración se contradicen entre sí sobre si los recortes de impuestos se financiarán con otros aumentos de impuestos.

Esto puede reflejar la ausencia dolorosa de economistas versados en los pasillos de la Casa Blanca, resultado del aparente desdén temprano de Trump hacia los expertos en general.

Eso puede estar cambiando. El presidente nombró a Kevin Hassett, economista de American Enterprise Institute, para presidir su CEA. Ese prospecto ha alentado a los economistas de ambos partidos, algunos de los cuales escribieron una brillante carta apoyando su nominación.

En una audiencia, Hassett dijo al Congreso que mantendría al CEA como un centro de “análisis científico imparcial”.

Pero su buena reputación no garantiza que Trump tomará en cuenta sus hallazgos, como tampoco necesariamente le prestará atención al Secretario de Defensa Jim Mattis, que disfruta de un apoyo bipartidista similar, en cuestiones de seguridad nacional. Pero, dijo Elmendorf: “Duermo mejor sabiendo que James Mattis es secretario de Defensa, pero dormiré mejor si Kevin Hassett es confirmado como presidente del CEA”.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

                                                                                    

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Fecha de publicación: 28/06/2017

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