12 de sep. (Dow Jones) -- He aquí dos maneras de ver cómo el presidente Donald Trump pasó su agosto:

Arruinando el mes --quizá incluso su presidencia-- al iniciar vanos enfrentamientos con los líderes republicanos del Congreso y los medios de comunicación, e involucrarse en temas culturales que polarizan a la sociedad, más que promover su agenda económica.

Pero aquí hay otro:

En lugar de tropezar y perderse en estas controversias, Trump ha elegido deliberadamente sus problemas y sus enemigos.

Ha atraído la atención a temas culturales controversiales --migración, su muro fronterizo, la defensa de los símbolos confederados, el alguacil del condado de Maricopa, Joe Arpaio-- precisamente porque tocan fibras sensibles de la clase media estadounidense.

Ahí es precisamente donde reverberan tanto entre sus bases de seguidores como en un universo más amplio de personas que detestan al presidente, pero que piensan que las élites de la nación se han alejado de ellos en cuestiones sociales.

Del mismo modo, ha escogido sus blancos para enfocar su ira --los medios de comunicación y el sistema conservador republicano-- cuidadosamente en lugar de hacerlo con caballerosidad.

Atacar a los medios de comunicación es un éxito entre sus bases, así como en un segmento mucho más amplio de electores republicanos. Al atacar a los senadores republicanos está tratando de asegurarse de que se les culpe a ellos más que a él por los fracasos del proyecto legislativo de servicios de salud, al tiempo que intensifica la presión popular sobre estos para expiar ese fracaso mediante la reforma tributaria en este otoño.

“Está enmarcando la caída”, dijo Jason Miller, quien fue director de comunicaciones de la campaña de Trump y que mantiene estrechos vínculos con la Casa Blanca. “Creo que el presidente sabe magistralmente cómo explotar la sinergia de esta contracultura, el sentimiento contra la elite de Washington para que le ayude a avanzar en su agenda”.

En pocas palabras, tal vez Trump simplemente está haciendo exactamente lo que hizo durante la campaña presidencial del año pasado, que es usar la controversia y el caos para demostrar que él se distingue de las fuerzas del sistema que muchos estadounidenses piensan que les han fallado. Él ganó actuando esencialmente como independiente político y, después de siete difíciles meses en su cargo, él parece estarle apostando a ese curso otra vez.

Eso no significa que ésta sea la táctica más juiciosa o que no le explotará en la cara al presidente. Ciertamente es arriesgado pensar que irritar en lugar de cortejar a los líderes del congreso de su propio partido va a producir una relación de trabajo armoniosa y productiva este otoño. Es igualmente difícil comprender por qué Trump está recurriendo a ésta estrategia después de haber retirado de la Casa Blanca a su principal promotor, Steve Bannon.

Sin embargo, él no es estúpido. Es controversia generada con un propósito.

Los colaboradores de Trump creen --y hay evidencia amplia que los apoya-- que el nerviosismo cultural que priva entre los votantes de la clase trabajadora fue un factor tan decisivo como la ansiedad económica en su victoria de campaña. Analice la lista de temas que Trump ha abordado en las últimas semanas: los estadounidenses transgénero en las fuerzas armadas, las ciudades santuario, la marcha cargada de racismo en Charlottesville, y bien puede verlo regresar a ese camino.

Al hacerlo ha recrudecido las profundas divisiones en el país, particularmente con su lenguaje que parecía equiparar a los manifestantes de la supremacía blanca con los que protestan en su contra. Sin embargo, mientras que muchos en Washington escuchan la defensa de los grupos neonazis cuando habla Trump, sus partidarios aclaran que lo que escuchan es específicamente la defensa de las estatuas confederadas históricas –e, implícitamente, una versión tradicional de la cultura americana.

Nancy Pelosi, la líder demócrata de la Cámara de Representantes, ha respondido pidiendo que se retiren todas las estatuas confederadas del Capitolio de Estados Unidos --algo que Miller llama “un punto muy peligroso de acercamiento”.

Del mismo modo, cuando Trump revive una fuerte conversación sobre la inmigración, está aceptando un tema que le ayudó a restarle a los demócratas los votantes blancos de la clase obrera.

El encuestador demócrata Stanley Greenberg llama a la inmigración un “elemento crítico del desafío de la clase obrera de los demócratas”. Su trabajo de encuestador ha encontrado que entre los votantes de 2016, los hombres blancos de la clase trabajadora --un grupo tradicionalmente demócrata que se convirtió en un grupo decisivo para Trump-- tenían el doble de probabilidades de llamar a los inmigrantes una carga económica para el país que las mujeres blancas, un núcleo electoral demócrata.

Rahm Emanuel, el alcalde de Chicago, que se encuentra en la mira de Trump debido a las políticas de su ciudad con relación a los inmigrantes, piensa que ve otro motivo: el intento de distraer la atención del fracaso de la administración en producir políticas económicas que ayuden a la clase trabajadora.

“Cada uno de estos anuncios es de una sola pieza: captar a los votantes que han perdido en cuestiones económicas con la carne roja cultural”, dijo.

Estando a punto de iniciar el otoño, la cuestión económica primordial para el Partido Republicano y la Casa Blanca es la búsqueda de una reforma tributaria y un amplio recorte de impuestos. En el Partido Republicano no hay otra prioridad más importante y los líderes del partido saben que no se pueden permitir fracasar.

Las críticas dirigidas a Trump de los líderes de los partidos están diseñadas, agrega Miller, para aumentar la presión. El presidente está diciendo: el sistema del partido me falló --y a ustedes-- en los servicios de salud pública. Esa no es mi culpa. No permitan que nos fallen en los impuestos.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

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Fecha de publicación: 12/09/2017

Etiquetas: Trump Política División Población EUA Racismo Inmigración Muro Fronterizo Elecciones