En las ciencias biológicas actualmente, muchos probablemente han oído hablar de Crispr, el sistema de edición genética que está transformando la medicina. Pero probablemente menos personas conozcan la historia de Francisco J.M. Mojica, un profesor de la Universidad de Alicante en España, que acuñó el ahora famoso nombre hace 16 años.

Crispr ha provocado más de 500 millones de dólares de inversión y una contienda legal continua sobre quién controla las patentes y los derechos de propiedad intelectual de la tecnología de edición de genes. Entre los científicos involucrados, hay otra batalla igualmente importante en curso: por un lugar en la historia de Crispr.

En las ciencias y la tecnología, desde hace mucho tiempo ha existido una tensión entre el deseo de identificar a un inventor específico y la irrefutable realidad de que los avances generalmente son el resultado de un proceso colectivo incremental. “A la ciencia le gustan las historias originales”, dijo Kara Swanson, profesora de derecho e historiadora de las ciencias en Northeastern University.

En el caso de Crispr, el doctor Mojica no está dejando las cosas al azar. Él fue coautor de dos revisiones históricas y un capítulo de un libro académico que relata su propio papel, aunado al de muchos otros científicos, en la identificación de Crispr (que en español significa repeticiones palindrómicas cortas agrupadas regularmente e inter espaciadas) en las bacterias y en los microorganismos llamados arqueas. Tomó años de investigación para que los científicos elucidaran cómo Crispr funciona como el sistema inmune de estos organismos. Más tarde, otros científicos adaptaron y encontraron la manera de utilizar este sistema para editar genes.

A finales de la década de los ochenta y los noventa, Mojica dedicó su atención a las arqueas amantes de la sal que se encuentran en las marismas que están a poca distancia de Alicante, en la costa sureste de España. Al estudiar el genoma de las arqueas, el joven investigador notó grupos de repeticiones regularmente espaciadas. Tales repeticiones también se encontraron en bacterias. Él y otros investigadores se propusieron aprender más sobre la función que éstas podrían tener.

Cuando los científicos publicaron sus resultados, proliferaron diferentes nombres y acrónimos. El favorito del Dr. Mojica fue uno de los suyos: SRSR, para repeticiones cortas regularmente espaciadas. Un colega que trabaja en un grupo de investigación de los Países Bajos, Ruud Jansen, estaba utilizando un acrónimo científico diferente, Spidr, que en español significa espaciadores intercalados de repeticiones directas.

En un intento por lograr una mayor cohesión en el campo, Jansen sugirió a Mojica que ambos propusieran un nuevo nombre, algo en lo que todos pudieran concordar para usar en los futuros artículos. Tratando de encontrar un acrónimo que captara las características más sobresalientes del sistema, pero sencillo de recordar, Mojica propuso a Crispr. Compartió la idea con su esposa, quien le dijo que Crispr “podría ser un buen nombre para un perro pero quizás no para una secuencia genética”. Pero el Dr. Jansen se entusiasmó con lo que llamó el nuevo apodo “ágil”.

Ante la actual y justificable excitación con la serie de modos en los que se puede utilizar la invención Crispr --para eliminar, insertar o editar ADN, para tratar enfermedades intratables, y tal vez algún día editar genes dañados de embriones-- la humilde historia temprana del descubrimiento, a través de los años de investigación básica, pudiera ser pasada por alto. “No habría edición de genes sin nosotros”, dijo Mojica.

Para los científicos y sus instituciones, mucho dependerá de cómo finalmente se cuente la historia.

Una década después de bautizar el método como Crispr, otros investigadores demostraron cómo el sistema, y en particular la enzima Cas9 que produce, podía adaptarse para usarse en la edición del ADN de plantas, animales y humanos.

Broad Institute del Massachussets Institute of Technology (MIT) y Harvard argumentan que un miembro de su facultad, Feng Zhang, y su equipo demostraron cómo usar Crispr de esta manera.

Jennifer Doudna de University of California en Berkeley, su colaboradora Emmanuelle Charpentier y sus instituciones también proclaman su invención. En Estados Unidos, Broad posee la patente, y un fallo de la junta de patentes estadounidense en febrero pasado confirmó los derechos del instituto. El grupo de Berkeley ha presentado una apelación en un tribunal federal que está pendiente.

El botín ya incluye regalías, inversiones de capital de riesgo en empresas derivadas, conferencias y honores de prestigio. Se habla de que algún día uno o más de estos científicos podrían ser reconocidos con el Premio Nobel.

Por lo tanto, no es de extrañar que hayan surgido múltiples historias de Crispr, cada una resaltando un ángulo particular de la misma.

Traducido por  Luis Felipe Cedillo

Editado por Michelle del Campo

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Fecha de publicación: 11/01/2018